miércoles, 20 de julio de 2011

MARSILIO FICINO, TEOLOGÍA PLATÓNICA



TEOLOGÍA PLATÓNICA

Autor: MARSILIO FICINO
Uno de los exponentes relevantes del Humanismo
en el Renacimiento.
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.

LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO I


UNIDAD, VERDAD, BONDAD SE IDENTIFICAN
Y POR ENCIMA DE ELLAS NADA EXISTE (1).

Hemos demostrado, precedentemente, con tres argumentaciones diversas, que por encima del Espíritu puro –o Maestro de la Creación- existe algo, y hemos, también, demostrado que este ente superior es, en primer lugar, simplísima unidad; en segundo lugar: verdad, y en tercer lugar: bondad.

Ahora, estas tres entidades no son más que una única entidad; de hecho, suma unidad no es otra cosa que suma simplicidad y por esta simplicidad de lo uno cada ente que sea tal es puro y verdadero, y como el vino es verdadero por el solo hecho de que sea vino puro (2), de esta manera la verdad de las cosas consiste en su simple unidad. Y gracias a tal simple y pura unidad cada cosa es buena. Cada cosa, en efectos, está en buenas condiciones aún cuando se encuentra unida a sí misma y a su principio, se mantiene pura y no se mezcla con elementos impuros. Y sobre el plano del mundo la unidad de las cosas, su verdad y su bondad se identifican; es obvio, por lo tanto, que por encima de tal plano se encuentre el principio primero, igualmente en sí mismo uno, verdadero y bueno. Y que en estas tres características consista el principio de todas las cosas lo prueba el hecho de que los vestigios de la unidad, de la verdad y de la bondad se pueden descubrir en todas las cosas, casi de ellas cada cosa sea emanada, y del hecho de que cada cosa tiende a la verdad, a la bondad y a la unidad, mirando a un retorno a su propio principio. Todas las cosas son, de hecho, de la unidad, de la verdad y de la bondad y participes y ávidas. Pero, por encima de la unidad nada más existe, por el hecho de que nada hay más potente que la unidad cuando es, por lo mismo, la unidad que confiere a cada cosa la perfección y su potencia.

Que, aún cuando se quisiera sostener de haber algo más por encima de ella, se derivarían, inmediatamente, dos consecuencias absurdas: si la unidad es subordinada a algún principio superior sin duda es de tal superior principio partícipe, donde aquella unidad no es más ella misma unidad –de hecho, aquel que es inferior deriva siempre por alguna parte de los entes superiores de los cuales procede- pero, alguna cosa compuesta de la unidad y de una fuerza recibida de un plano superior, es decir, no es más una unidad sino una multiplicidad. En segundo lugar, lo que se propone a la unidad no podrá ser participe de alguna unidad en cuanto un principio superior no recibe nada que concierna a su naturaleza de alguna cosa que le sea inferior. De donde, o tal principio superior no será que una nada o será una multiplicidad, privada de una cualquiera unión de sus partes, ninguna de las cuales podrá ser una unidad: ni toda aquella multiplicidad será reducible a una unidad, ni en esa se podrá encontrar comunión alguna de las partes entre sí, o de cada parte con el todo.

Nada, por otra parte, hay por encima de la verdad; el mismo razonamiento demuestra, de hecho, que tal verdad no sería ella misma la verdad, sino algo de verdad resultante de la composición de una verdad y de una parte de aquel principio absolutamente falso, es decir, la nada. Por otra parte no podría ser superior a la verdad si no fuese verdadero sin posibilidad de duda, propiamente por la fuerza de la verdad misma, que lo uno es superior a lo otro.

Y, de igual manera se demuestra que nada hay por encima de la bondad; no sería, en efectos, pura bondad sino alguna cosa buena, es decir una bondad signada por la mezcla con otra cosa diferente de la bondad. Y, un principio que se anteponga a la bondad será necesariamente un mal absoluto, no pudiendo ser un bien en el acto mismo en el cual se pondrá más allá de los confines (3) del bien. Ni podrá ser mejor de la bondad desde el momento que nada es mejor sino participando de una mayor porción de bondad. Y como el mal pueda ser superior al bien no alcanzo a ver si la superioridad y el pleno dominio se refieren exclusivamente al bien en cuanto apetecibles como bienes. Se debería deducir de ello que el mal supera al bien gracias a la naturaleza misma del bien y que, por otra parte, el bien proporcione poder de dominio al mal.

Por otra parte, si por encima de la bondad existiese otro principio de las cosas, esto, por consecuencia necesaria, debería, como suele hacer cada causa en relación con un efecto que de ella proceda. Es, por lo tanto, por este principio que la bondad hace partícipe de sí a las cosas, es decir, distribuye a cada cosa algo de bondad.

Ahora, nosotros nos preguntamos acerca de aquella participación que se deriva del principio superior, si ella sea mejor de la bondad que le viene donada o no. Mejor no puede ser: todo cuanto, de hecho, se define mejor viene efectuado como tal, por una mayor participación de la bondad, y es absurdo que el don proveniente de un principio superior no sea mejor de aquel que provenga de una causa inferior. A esto se agrega que, si cada cosa tiende al bien, si existiese otro principio por encima del bien mismo, espontáneamente surge la pregunta si todas las cosas tienden a él o no (4). Si se afirma que a él tienden se consigue que ellos tiendan a alguna cosa de superior y mayor que el bien. Si, por otra parte, se niega que ellas tiendan a alguna cosa superior o mayor que el bien. Si por otra parte se niega que ellas tiendan a alguna cosa superior al bien se afirmaría otra vez que los efectos no se derivan de aquella causa primera a la cual deben su origen. Además, la bondad misma sería impulsada a desear aquel superior principio aunque esto fuese un absurdo, en cuanto cada razón de desear se cierre, precisamente, en el ámbito de la bondad.

Nada, por lo tanto, existe por encima de la bondad que pueda ser apetecido, donde ningún principio existe por arriba de la bondad misma. Por lo cual, la unidad, la verdad y la bondad que, -siguiendo el pensamiento de Platón- hemos reencontrado por encima del Espíritu puro, es el principio de todas las cosas, Dios Uno, verdadero, bueno.


miércoles, 13 de julio de 2011

ANTONIO SPINETTI DINI: EL POETA Y SU OBRA


ANTONIO SPINETTI DINI:
EL POETA Y SU OBRA

©GIUSEPPE ISGRÓ C.
16 de Agosto de 1970


El poeta Antonio Spinetti Dini, nació en San Piero in Campo, Isla de Elba, Italia, el 20 de marzo de 1900. Llegó a Venezuela a la edad de cuatro años. Vivió en Ejido, Estado Mérida, hasta el año de 1931, a partir de cuya fecha y desde entonces, residenciará en Mérida. Es en esta hermosa ciudad andina en donde Spinetti Dini realizará su obra literaria más importante.

Tonino, tal como les llamaban sus amigos, desde niño se destacó por sus excelentes cualidades literarias. Fue, conjuntamente con Mariano Picón Salas, líder literario, en las actividades culturales de su época escolar.

A los 17 años, Spinetti Dini, dirigía ya el periódico El Civismo; a los 19 años, la revista Azul. Realizó su primera selección poética a los 18 años, a la cual intituló “Breviario Galante y Rebelde”, que prologara quien luego sería su amigo de toda la vida: Mariano Picón Salas, el más continental de los escritores venezolano del siglo XX.

Fue en la ciudad de Mérida, donde Spinetti Dini publicó su primer libro, a los 34 años, con el título “La Palabra al Viento”, en el que selecciona su obra poética hasta entonces.

Seguidamente, publicó el poemario intitulado “Hambre”, sobre el que su amigo, Mariano Picón Salas, emitió el siguiente comentario: -“Hambre, refleja como pocos libros, la creadora angustia que entonces sacudía el alma venezolana. Los sustantivos que fijarán la frustración y el atraso de nuestro pueblo durante aquel régimen fueron palabras “Tabú”. La retórica había proyectado un velo de complicidad sobre las circunstancias autóctonas. Durante casi seis lustros la literatura criolla se había nutrido de mentiras o debió decir su verdad como en el gran símbolo de “Doña Bárbara” y de las “Memorias” de Pocaterra, trasladándose a comarcas lejanas. Como casi todos los libros que se escribieron en los activos años de 1936-1937, “Hambre” emprendía una áspera cura de veracidad. Si había en la llamada poesía “comprometida” de entonces mucho de cartel de propaganda y de fórmulas que pasaban de los más simplistas folletos revolucionarios a los versos que se esgrimían como consignas, Spinetti Dini agregaba a esa corriente su testimonio personalísimo. Él no habla de un dolor campesino en abstracto, sino del muy concreto de los labriegos de los Andes que ha contemplado cada día. Y el nuevo reino que parece invocar no es el del jacobino libresco y fanático que se siente despiadado ejecutor de la verdad, sino de quien, antes de toda teoría y de todo dogma, pone la ternura humana; su amor por el hombre y no sólo por el partidario. Como escritor y artista, él también prefería “convencer” a “vencer”. El gran cambio que necesitábamos conseguir los venezolanos debía comenzar en nuestra conciencia. Y la emoción de su palabra se correspondía con su limpia conducta. Su pasión de cultura, su desprendimiento y nobleza moral, le había ganado sitio de amor y unánime respeto entre las gentes de la Cordillera. Limpiaba cada día más sus versos para que fueran más auténticos y veraces para que en ellos cupiera la fe de un hombre que entre todos los contradictorios caminos que depara el mundo había elegido el que conduce a la filantropía y a la verdad”-.

Es importante destacar, por su contenido, una pequeña obra de juventud, que Spinetti Dini publicó en 1918, el cual contiene 18 sonetos.

Spinetti Dini, en Mérida fue redactor del periódico El Bolivariano y dirigió el Diario El Pueblo, así como la Revista Indo-América.

 Spinetti Dini fue miembro activo de la Asociación de Escritores Venezolanos, del Ateneo de Caracas, de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, de Cuba, del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, de California, y del Interamerican Bibliographie and Library Society, de Washington.

Spinetti Dini vivió una vida intensa. Su carrera de hombre terminó cuando alcanzaba pleno apogeo y los ideales florecían alcanzando esperados éxitos. Desencarnó el 26 de noviembre de 1941. Su recuerdo permanecerá siempre vivo en todos aquellos que conocen su obra y su trayectoria.

En el año 2007 conocí a una nieta y a un bisnieto del poeta Spinetti Dini, en la ciudad de Lechería, Venezuela, quienes por esos días viajarían a la ciudad de Mérida, para asistir a un acto en el cual la Alcaldía de Mérida iba a rendirle un homenaje al ilustre poeta. El presente artículo es un ensayo de juventud que escribí en agosto de 1970, pero vigente, aún, a los efectos de rendir homenaje a este ilustre poeta.

Del Poemario “Hambre” (1934-1937).

Sobre un camino de siglos
los hombres pasan hambrientos.
Justicia y amor no han sido
sino palabras y sueños.
Hambrientos pasan los hombres
por el camino del tiempo.
Y el grito de ayer fue ¡Hambre!
y, ¡Hambre! es hoy el grito nuevo.
Hambrientos pasan los hombres
por el camino del tiempo.
Y sin saber para qué,
un día se lo llevaron.
Por qué partía, no se supo.
Ni para dónde ni cuándo.
No se supo ni lo que hacía.
Dejó todo abandonado.
(Hijos, mujer y conucos.
Todo lo que era un pedazo,
y quizá el más profundo,
de su vida. Vida ingenua
del peón de nuestros campos.)
-Fuente humilde. Oscuro músculo.
Savia pobre. Y, sin embargo,
qué fuera de la ciudad
si no tuviésemos campos.
y, sin saber para qué,
un día se lo llevaron.

Del poemario: “La Palabra al Viento”. (1934).

Lanzo a los vientos mi palabra;
-Tal vez mi palabra mejor-
Los vientos se la llevan. Hacia Oriente, Occidente,
Sur y Septentrión.
En ella va el suspiro que pugna ser grito
de rebeldía y de conminación;
la voz evangelista del hecho inaudito,
y la voz penumbrosa de la resignación.
¿Y por qué no resignación? La tierra
es floja y débil, sólo somos barro, Señor.
A veces la palabra tiene trémolos
de canciones de ayer y de hoy.
-Ruiseñores y lunas de antaño,
guitarras de antiguo son.

Del poemario Inédito. (1926).

Un día, un día te podré decir lo que no te he dicho nunca.
Lo que nunca he podido decirte,
ni cuando íbamos juntos por los prados dorados
de aurora y crepúsculo ,
ni cuando sonreías entre un nimbo de lágrimas
al verso todo sumergido en un gran mar de sombra.
Levántate, muchacha,
que quiero ver cómo amanece en tus ojos,
después de la noche tan dulce.
Levántate, muchacha.
Quiero ver si el sol
y la brisa y el efluvio matinal,
saben acariciarte como yo.
Levántate, muchacha,
que quiero ver como amanece en tus ojos.
Qué frescos y ligeros nos sentimos.
Y cómo es sabroso correr y saltar,
igual que cuando éramos pequeños,
     sobre la hierba aún empapada de rocío.

sábado, 2 de julio de 2011

CAGLIOSTRO


Cagliostro, El Hombre Misterioso
Por Ralph M. Lewis

( El presente artículo se publicó en mayo de 1953 en el Rosicrucian Digest)

El Museo Farmacéutico de Basilea, Suiza, nos ha revelado muchas páginas del pasado por sus excepcionales exhibiciones y su ambiente tradicional. Sin embargo, quedaba desconocida una página de su historia. Precisamente habíamos terminado de inspeccionar con gran interés la reconstrucción en tamaño natural de un laboratorio alquímico, cuando al ir a retirarnos descubrimos a unos cuantos pasos de distancia un rótulo con información estupenda. Allí, a nuestra izquierda, estaba ese sencillo rótulo encima de la barandilla de una empinada escalera que conducía al subterráneo.

En idioma alemán, que es el de Basilea, podía leerse esto: “Cagliostro machte hier das gold” (Aquí hacia oro Cagliostro).

Tal cosa era una declaración positiva de lo que realizaba el misterioso Cagliostro. No era la afirmación de un romántico o de alguien que tratara de estimular su imaginación embelleciendo hechos para halagar su fantasía. Era la declaración oficial de un instituto científico en una de las ciudades más grandes de la progresista Suiza.

Con gran excitación escudriñamos a través de la reja procurando ver hasta el final de la escalera entre las densas tinieblas de aquel sótano. Apenas si podíamos distinguir la vieja cámara, parcialmente subterránea, que había usado el famoso Cagliostro durante su permanencia en Basilea. En este lugar, como lo había hecho en Francia, produjo oro con su método de transmutación. Las autoridades del instituto al parecer no disputaban el hecho que allí se proclamaba. Por alguna circunstancia especial, una rama de la alquimia, la moderna farmacia, había erigido su museo junto al mismo edificio en que había laborado uno de sus primeros predecesores.

La fabricación de oro en Basilea, Suiza, fue uno de los eventos conclusivos en la vida de ése hombre, aunque el hecho parezca una novela fantástica. En realidad, su vida ha estado rodeada de fantasía.

Alejandro de Cagliostro nació en Palermo, Sicilia, en 1743. La mayoría de sus primeros biógrafos afirmaron que su nombre era José Bálsamo. Esas biografías, sin embargo, se basaron principalmente en el elaborado relato de un biógrafo italiano influenciado por la inspiración papal. Hay razones para creer que tal historia fue una fabricación de mendaces versiones con intención de rebajar el carácter de este hombre. A esa información errónea se añadieron las supuestas memorias de Cagliostro. Consideradas ahora espurias por varias autoridades literarias, esas memorias, a pesar de todo, han influenciado casi por dos siglos algunas enciclopedias y referencias históricas. Enciclopedias modernas, como la Británica y otras, aún perpetúan tales versiones.

Cagliostro viajó por Grecia, Egipto, Arabia, Persia, la isla de Rodas, y por toda Europa. Declaró con frecuencia que en Egipto se le había iniciado en las escuelas de misterios, confiriéndosele los ritos en la Gran Pirámide de Cheops y en los grandes Templos del Nilo. Relataba que mientras permaneció en Egipto le fue impartida la gran gnosis o sabiduría de los antiguos egipcios.

Que era muy docto y que poseía conocimientos nada comunes, lo reconocen aún sus falsos biógrafos. En la isla de Rodas estudió alquimia y las ciencias ocultas de los griegos. También se le hizo miembro de la Orden Maltesa. Por su amistad con el Gran Maestro de esa Orden fue presentado más tarde a muchas familias prominentes de Roma. Volvió nuevamente a Europa y visitó algunas de sus capitales. Su fama como alquimista, rosacruz, filósofo y curandero, se esparció ampliamente. Los biógrafos, refiriéndose a él como a José Bálsamo, lo han presentado como un charlatán y un pícaro despreciable. Había tal diferencia entre los dos caracteres, que casi resulta obvio que eran dos hombres diferentes y no un hombre que tenía dos nombres.

En su temprana vida, según sus biógrafos, Cagliostro fue perverso y extremadamente inmoral. No obstante, al relatar sus años posteriores en Paris y en Estrasburgo, los biógrafos de Cagliostro, con raras excepciones, aun cuando pretenden rebajarlo más, no pueden impedir que se trasluzca una oculta corriente de admiración por sus poderes y actos milagrosos. Es decir, a través de las difamaciones se percibe su secreto asombro por los hechos de este hombre y la duda en los primeros comentarios.

Mencionaremos a Waite, como ejemplo de esto, en su corto bosquejo sobre la vida de Cagliostro, a quien señala como a José Bálsamo, según lo hicieron también otros, que cita profusamente partes de lo que escribió el biógrafo italiano. Luego, como si repentinamente cayera en cuenta de la incongruencia resultante al exponer indistintamente actos morales e inmorales atribuidos por igual al hombre de su reseña, dice: “Sin embargo, la veracidad de este
relato no está exenta de sospecha”.


Demostraciones de Fenómenos

Cagliostro entró triunfante a la ciudad de Estrasburgo. Versiones diferentes sobre esto concuerdan en que multitud de personas enfermas, que habían tenido noticia de sus poderes curativos, ansiaban su entrada triunfal y esperaban recibir sus tratamientos.

“El famoso curandero entró y los curó a todos; a algunos simplemente con tocarlos, a otros aparentemente de palabra o por gratificación monetaria y al resto por su panacea universal (medicina especialmente preparada)”

En camino a su alojamiento en Estrasburgo, donde se habían congregado los enfermos, “Cagliostro fue unánimemente aclamado a su llegada, acompañándole luego la inmensa muchedumbre hasta las puertas de la magnífica vivienda que se le había preparado.” Las demostraciones que hacía el Adepto de los fenómenos ocultos asombraban a la gente por doquiera que iba. Su capacidad llegaba a manifestar objetos que ordinariamente no eran visibles a los espectadores, así como a hacerse visible simultáneamente en dos lugares, según se dice. Tales demostraciones de su poder no sólo tenían lugar ante las masas crédulas e ignorantes. Muchas personas ilustradas y versadas en ciencias también se hallaban presentes en esas ocasiones. Como admite casi a la fuerza uno de sus biógrafos: “Los testimonios contemporáneos aceptan que estas manifestaciones eran en lo general genuinas y que apenas si cabría ligera duda respecto a sus dotes mesmerianas”

Dicho de otra manera, el biógrafo intenta hacer creer al lector que Cagliostro usaba el mesmerismo (hipnosis) con todos aquellos que se presentaban ante él, engañándoles al hacerles pensar lo que ellos relataban de sus poderes. A la inversa, no obstante, el biógrafo impugna en otra parte como fraudulentos los poderes de Cagliostro. Ciertamente, si poseía tales poderes de pensamiento sobre la mente de su audiencia como para hacerles ver o creer que veían, lo que después ellos relataban, resulta entonces evidente que no estaba tan desprovisto de cierta extraña eficiencia.

Nos dicen sus mismos críticos que “visitaba a los enfermos en los hospitales que deferentemente participaba en las actividades de los doctores que estaban de turno, que emitía prudentemente sus opiniones no condenando los antiguos métodos sino tratando de unir la nueva ciencia con la que se basaba en la experiencia.”

¿Nos es dable preguntar cómo puede reconciliarse la cita anterior con el carácter de Bálsamo? ¿Sería capaz un hombre reputado como truhán, cruel, fraudulento y falto en realidad de conocimientos terapéuticos, de los actos mencionados? Por una parte se dice que participaba en el trabajo de reconocidos médicos en los hospitales. Aún más, no condenaba los métodos científicos del día; trataba, más bien, de integrar sus propias artes a las de los doctores. Es también de notarse que no era repudiado por los médicos, pues le permitían participar en las curaciones de los hospitales. Así, pues, no eran éstas las acciones de un farsante, o de alguien a quien se tuviera como impostor. De hecho, los críticos admiten esto después: “Se citaban curaciones nunca antes realizadas y operaciones alquímicas que aún sobrepasaban las supuestas posibilidades del arte de transmutación.”


Genio o Impostor

El Conde Cagliostro entró en Paris en 1771. “Asumió el papel de mago práctico y asombró a la ciudad con evocaciones de fantasmas que hacía aparecer a voluntad del solicitante, ya fuera en un espejo o en un vaso de agua clara. Dichos fantasmas tanto representaban muertos como vivos, y siendo al parecer imposible una confabulación o complot ocasional, a más de que la teoría de coincidencias resulta aquí absurda, hay razón para suponer que producía resultados que a veces a él mismo le maravillaban.” Hubiera sido mejor que el biógrafo dijera que él era el asombrado y no Cagliostro. Es evidente que tratando de insinuar, como lo hacía, que había fraude en tales casos, el biógrafo no pudo encontrar ninguno y así admitiera que eran fenómenos inexplicables y sorprendentes. Recordemos que casi todos esos biógrafos han elegido como su tema principal que Cagliostro era un charlatán y que con frecuencia ellos mismos han hallado difícil sostener tal teoría.

Luis XVI de Francia llegó a tomarle afición después de tener con él algunas audiencias privadas. Tan sinceramente convencido estaba el rey de que era un genio y un filósofo alquímico notable, que lanzó un decreto diciendo que se consideraría reo de traición a todo aquel que injuriase a Cagliostro. Esto implicaba el patrocinio de la Corona. Como resultado, la aceptación que le otorgó la Corona fue para él un “ábrete sésamo” que le franqueó la entrada a
los altos círculos sociales de Francia. A pesar de ello, uno de los biógrafos que refiere esto intercala relatos de libertinaje presumiblemente cometidos por Cagliostro en el templo erigido en la espléndida mansión de la calle St. Cloud, en París. Ese edificio aún existe, y uno de los miembros de la Expedición Fotográfica de AMORC, tomó una vista de dicho lugar que no hace mucho fue publicada en esta revista.

La formación que Cagliostro llevó a cabo de una logia de la Masonería Egipcia en Paris, los ritos Rosacruces que confirió, las ceremonias místicas sus curaciones fabulosas y sus demostraciones de poderes ocultos, fueron preocupaciones de no escasa proporción para la Iglesia Católica Romana. La gente mostraba adoración por él desde la más encumbrada clase social hasta la más humilde. Su generosidad hacia los pobres, sus patentes sacrificios personales y su caridad, tanto como la estima moral en que se le tenía, eran motivos de rivalidad que difícilmente podía soportar la Iglesia. Los relatos sobre la vida licenciosa que más tarde le atribuyeron sus biógrafos, no concuerdan con la manera en que fue reverenciado por todas las clases sociales.

Extraño como parezca, Cagliostro llegó a ser íntimo amigo del Cardenal de Ruán. Quizá fue éste uno de sus más fatales errores. Se nos dice que en corto tiempo su celebridad se elevó a la mayor altura por la curación milagrosa del Príncipe de Soubise, hermano del Cardenal de Ruán, que a la sazón sufría un ataque de fiebre escarlatina. Desde ese momento, retrato del Adepto aparecía en todo París. Cagliostro se vio complicado en el famoso asunto del “collar de diamantes” en el que era figura central el Cardenal de Ruán. Se había hecho creer al Cardenal, por medio de su amante, que María Antonieta estaba enamorada de él. El Cardenal compró el collar a un precio fabuloso para regalárselo a la Reina, pero no pudo efectuar el pago. Como ya
el Cardenal había sido expulsado por su conducta indebida, quizá tenía esperanzas de congraciarse nuevamente con la Corona. En el juicio que se le siguió a Cagliostro quedó exonerado de culpa por una defensa sin precedente. No obstante, fue encarcelado en la Bastilla “por otras razones,” como dice un biógrafo sin mayores explicaciones. Más tarde pudo escapar a Londres y mientras permanecía allí escribió sobre la corrupción que prevalecía en Francia y predijo la Revolución. Tanto la Inquisición como la Realeza le atacaron por esto, y finalmente encontró asilo en Basilea, Suiza.


Bajo Pena de Muerte

Fue en Basilea donde él y algunos de sus iniciados que le habían seguido hasta aquella ciudad continuaron sus investigaciones alquímicas en este mismo laboratorio subterráneo que ahora contemplábamos. Los seguidores de Cagliostro que permanecieron en Francia no lo abandonaron a su partida. Prosiguieron sus Logias Masónicas Egipcias y los Templos Rosacruces. Esto causó mayor agitación entre los prelados de la Iglesia Romana, pues la gente trataba ansiosamente de conocer el arte que había dado su poder a Cagliostro Más aún, el Cardenal de Ruán, que eventualmente fue absuelto, probablemente creyó que Cagliostro lo había implicado en el asunto del collar de diamantes exponiéndolo ante la opinión pública. Por lo menos, parece que el poder eclesiástico del Cardenal cayó sobre el místico alquimista.

De nuevo volvió Cagliostro a Roma. Los anteriores iniciados de sus Logias Rosacruces y Egipcias Masónicas le instaron a que fundara dichos organismos en aquella ciudad. Había pena de muerte por edicto papal para quien estableciera logias masónicas en Roma. Cagliostro siempre había manifestado absoluto valor en estos asuntos. Desafiando el edicto papal organizó la logia e inició a los ansiosos aspirantes que buscaban la Luz Mayor. Fue arrestado el 27 de Septiembre de 1789 por orden del Santo Oficio de la Iglesia de Roma. El biógrafo italiano que tanto ha vituperado a Cagliostro trató de mitigar la impresión histórica que dejaría la política dictatorial de la Iglesia en este asunto, declarando que las autoridades papales procuraron a Cagliostro un abogado “cuyos conocimientos y probidad eran unánimemente reconocidos.” Según las versiones propaladas, se le indujo a que, apoyándose en el consejo, más bien contra sus propios deseos, confesara odiosos crímenes, y también a que no negara rotundamente los muchos cargos que recaían sobre él. Se le aseguró que así tendría la lenidad de las autoridades papales y se le permitiría salir de Italia inmediatamente. Sin embargo el resultado del juicio fue que se pronunciara su pena de muerte.

Hubo indignación pública por el veredicto, y la sentencia fue más tarde conmutada por prisión perpetua en la fortaleza de San León. Es por demás extraño que aunque Cagliostro tenía comparativamente buena salud al ser sentenciado y durante su encarcelamiento muriera dos años más tarde cuando solo tenía cincuenta años de edad. La relación de su muerte siempre estuvo rodeada de misterio. Corrió la voz de que había tratado de estrangular a un sacerdote (a quién llamó para confesarse) y que fue muerto al tratar de escaparse. Otros decían que él mismo se había estrangulado.

Al ser arrestado se apoderó la Iglesia Romana de todos los manuscritos que él había preparado sobre su investigación alquímica. Se le incautaron sus libros de filosofía oculta y esotérica del Oriente que tan cuidadosamente había recopilado. También sus archivos Rosacruces y Masónicos quedaron confiscados por las autoridades eclesiásticas. Fue en estos dos años de prisión y justamente antes de que hallara muerte en la plenitud de su vida, cuando se dice que escribió sus memorias. Estas supuestas memorias, a las que no sobrevivió para negar o confirmar, refutaban todo lo enseñado, escrito o demostrado por él.

La esposa del Adepto fue también enjuiciada y “bajo el terror de la Inquisición”, se le obligó a menoscabar la elocuencia y dotes de Cagliostro tan reconocidas en toda Europa. A pesar de haberse intimidado a la esposa de Cagliostro (quién mas tarde fue confinada a un convento) insistió en que algunas de sus artes eran inexplicables y libres de todo lo que pudiera tildarse de perfidia. Ella declaró que “debían asistirle poderes de arte mágico”. Mas tarde, algunos batallones de revolucionarios franceses trataron de rescatar a Cagliostro del castillo donde estaba prisionero, mostrando el sentimiento de pública devoción que había para él en Francia. Se les dijo que había muerto.

Mientras contemplábamos el desván al final de aquella pronunciada escalera por dónde éste adepto y místico bajaba a sus labores, reflexionamos en que todas las vituperables y denigrantes versiones de las enciclopedias, de los bosquejos biográficos y de las historietas fantásticas escritas sobre Cagliostro, se habían basado principalmente en sus pretendidas memorias escritas cuando era prisionero papal.

El biógrafo italiano que escribió acerca de él, y a quien se ha copiado tan profusamente, obtuvo sus datos principales de dichas memorias y de los informes que la Iglesia Romana aseveró que se hallaban incluidos entre los papeles privados de Cagliostro que le habían sido expropiados. La literatura contemporánea hace aparecer tan descompuestos los frutos en la vida de este hombre, como las raíces que estas fuentes de información le han atribuido.

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