miércoles, 28 de mayo de 2014

SÓCRATES Y LOS POETAS


SÓCRATES Y LOS POETAS

©Giuseppe Isgró C.


Querefonte, era un amigo de Sócrates desde la infancia. En una edad en que, ya, el gran filósofo ateniense se perfilaba como un hombre descollante en sabiduría, realiza la siguiente pregunta al oráculo de Delfos:
-“Hay alguién más sabio que Sócrates, en Grecia?”
La pitia, o pitonisa, responde: -“Nadie hay más sabio que Sócrates en Grecia”.
Llegada esta noticia a sus oídos, él se sorprende. Estaba al tanto de que el oráculo délfico decía siempre la verdad, y conociendo a un gran número de políticos, poetas, artesanos y oradores a quienes consideraba más sabios que él, decide investigar para cerciorarse de la verdad inherente.
En compañía de sus discípulos, que le seguían por todas partes, visita a los políticos y verifica que en algunas áreas de su competencia eran realmente conocedores. Observa, que creían serlo, también, en los restantes ámbitos del saber.
Se da cuenta, entonces, de una realidad sorprendente: Los políticos entrevistados ignoraban que ignoraban en el ámbito ajeno a sus intereses; estimaban saber más de lo que realmente sabían.
Sócrates decide, entonces, visitar a los poetas. Estaba seguro de que, entre ellos, sí encontraría personas más duchas que él en sabiduría.
Del poeta entrevistado, por turno, elige las mejores obras que había escrito, respectivamente, y le formula preguntas sobre el contenido de las mismas.
Sócrates realiza un descubrimiento más sorprendente aún!
Cada uno de los poetas entrevistado demuestra incomprensión sobre lo que él mismo había escrito en su propia obra. Es decir, escribió sobre temas cuyo conocimiento del contenido trascendía su propia capacidad de comprensión.
Sócrates percibe que cada uno de los poetas poseía un conocimiento que calificó de “extrahumano”, es decir, no le pertenecía por el cultivo del arte, o estudios realizados previamente.
Entendió que se trataba de un conocimiento obtenido por intermedio de dos vertientes: La primera, por la inspiración.
En la inspiración, un ente espiritual transfiere pensamientos en el pensamiento del poeta, que éste cree que son suyos, pero cuyos alcances, la mayoría de las veces, trascienden su propia comprensión.
Platón, posteriormente, desarrollaría esta observación de Sócrates en el diálogo “Ión”.
La segunda vertiente, por la que se obtiene este conocimiento “extrasensorial”, es por medio de la intuición.
En la intuición es el propio Espíritu de la persona que, en proyección espiritual, o desdoblamiento, en una abstracción mental, viaja a la velocidad del pensamiento, y llegando al lugar en el que se encuentra la información, en un lugar físico, o en el archivo espiritual de una persona, encarnada o desencarnada, o en el propio archivo espiritual, fruto de incontables ciclos de vida, la lee y la transfiere a la propia conciencia objetiva, al reincorporarse al cuerpo.
La intuición es una de las principales fuentes de conocimiento, y trasciende la propia capacidad de razonamiento por la lógica inductiva y deductiva.
Después de reflexionar, Sócrates se da cuenta de que los poetas entrevistados, al escribir sobre esos temas, creían comprenderlos, sin ser verdad; pero, además del conocimiento genuino que pudiesen tener, creían conocer, igualmente, todos los demás temas del acervo cultural. Es decir, estimaban saber más de lo que realmente sabían.
Entonces, Sócrates, prudentemente se plantea: -“Qué es mejor, ser como ellos que poseen determinada sabiduría, e ignoran, al mismo tiempo, que ignoran sobre todo lo demás, o continuar siendo como soy, es decir, consciente de mi ignorancia?
Sócrates decide seguir por el camino de la autenticidad: Acepta ser como es, y acuña aquel famoso aforismo. –“Yo sólo sé que no se aquello que no sé”.
Igualmente, Sócrates nos aporta una lección de gran interés: El ejercicio del poder de la aceptación. Aceptarse tal como se es. Es el sentido genuino de la autenticidad.
A Sócrates se le reconoce el haber contribuido con el desarrollo de la mayéutica, es decir, el arte de formular preguntas efectivas para generar ideas.
Él enseñaba a las personas que deseaban aprender su método, sobre todo gente sencilla, a formularse preguntas que les facilitaran encontrar en su propia conciencia las respuestas correctas. Tanto Sócrates como Platón, opinaban, acertadamente, que aprender es recordar y de que todo el conocimiento se encuentra en el ser interno.
Otro gran aporte de Sócrates, fue el de la definición. Al definir, se genera el conocimiento esencial del qué, del cómo, del cuándo, del quién, del dónde, del cuánto y del por qué. Este aspecto de su doctrina se interrelaciona con la rectificación del nombre de Confucio, y con la recta opinión, de Sidharta Gautama.
Con la rectificación del nombre, la persona asume el rol que le permita ubicarse en una actividad determinada.
Con la recta opinión, -una manera de definir conceptos, e ideas, entre otras cosas-, la persona toma la decisión pertinente, entre diversas opciones, sobre lo que esté reflexionando.
Al final, Sócrates piensa: -“Ellos no saben lo que ignoran; en cambio, yo sí estoy consciente de mi ignorancia. Seguramente, por ese pequeño detalle es la razón por lo que la pitia pudo calificarme de sabio, en la forma en que lo hizo”.
Una gran agudeza socrática, sin duda. Cómo alguien podría dominar determinadas áreas conocimientos si ignorase  que lo ignora, o creyese  saber más de lo que realmente sabe, o si se tuviere, igualmente, competente en lo que no es, como si lo fuera?
Siglos después, Séneca afirmaría, con análoga sabiduría a la del ilustre ateniense: -“Muchos habrían alcanzado la sabiduría si no creyesen, ya, haberla poseído”-.
Un camino sin límites por recorrer en el eterno retorno del ser individual hacia el Ser Universal. Una eternidad que por delante presenta una sabiduría infinita por conquistar, que despierta, cada día más y mejor, el anhelo y la emoción del cultivo del arte de vivir, haciendo un mejor uso de la mayéutica y de la definición socráticas, para descubrir que todo se encuentra dentro de cada ser.
Anaxágoras, -recordado por Sócrates, en su apología-, tenía inmensa razón cuando afirmó que lo grande y lo pequeño, el primero al expandirse, y el segundo, al interiorizarse, son infinitos, y jamás encuentran límites en sí mismos.
Adelante.



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